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12 de Octubre
Hay tres preguntas que -a estas alturas de la humanidad- siguen sin respuesta:
¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?
¿Cuál fue el verdadero origen del universo?
Y exactamente ¿qué hace que, de un momento a otro, dejen de decirnos “niña” y empiecen a llamarnos “señora”. (Traducción: ¿en qué momento nos graduamos de la juventud; para pasar a la adultez?).
Mientras vivimos haciendo una maestría de la vida, te dejo un manual de instrucciones para aceptar (de una vez por todas) que ya no estamos chiquitas:
1. R-e-l-á-j-a-t-e. En serio. Suelta la mandíbula. Relaja los músculos del cuello. Los hombros. ¿Te sientes tensa? ¿Aprietas los dientes más de la cuenta? ¿Te duele la espalda o te cansas de las piernas?
Creo que uno de los síntomas de la adultez es vivir afanada, ocupada y medio preocupada. Si quieres que funcione este manual, empieza por intentar dejar de vivir automáticamente estresada.
2. Mira a tu yo del pasado. Vete para atrás. Más. Casi al principio. No tanto. Llega a cuando eras chiquita y soñabas con ser grande. Te ponías en los zapatos de alguno de tus padres (literal), querías que te sentaran en las piernas del conductor del carro para manejar. Te soñabas en una silla con rueditas moviéndote de un lado a otro en la oficina. Con las barbies jugabas a tener una vida de adulta. Tu mejor plan era cargar las muñecas como si tus hijas fueran. Seguro hasta querías tener un bolso y una billetera. ¿Verdad?
¡No era una trampa!
Que ahora te hayas dado cuenta de que tal vez tenía sus “desventajas” -o más bien, su letra pequeña-, no significa que no sea como lo soñabas. Solo que ahora que lo tienes, añoras lo que tenías, lo que crees que te falta o lo que te han programado para desear.
Así que la verdadera trampa, no es la adultez, sino caer en resistirte a ella por defecto.
3. Ahora, recuerda todo lo que de adolescente soñabas:
*No tener que pedirle permiso a alguien para salir de fiesta.
*Tener la libertad de no tender la cama si un día no te daba la gana.
*No tener que hacer exámenes de una materia (¡Ay! Si en esa parte supiéramos que la presión de los exámenes se iba a transformar en la presión del empleo, de no tenerlo o de perderlo…) (pero fin del paréntesis, sigamos pensando en lo bueno).
*Poder salir en semana a comer con tus amig@s.
*No tener que ocultar que te tomaste un coctelito.
En fin,
¿Ahora lo puedes tener?
Pues mira, le estás cumpliendo a tu adolescente.
¿No lo tienes pero lo quieres?
“Pregúntate si lo que haces hoy te acerca a lo que quieres ser mañana”
y toma decisiones conscientes.
Además, crecer es dejar de ver cosas como una obligación y hacerlas por convicción (como tender la cama por elección)
4. Después de notar lo que soñabas, piensa en lo que ni cuenta te dabas.
Creías que conocías a todo el mundo, pero no te conocías a ti. Ahora te conoces un poquito mejor a ti; pero sabes que en realidad no conoces nada de los otros y sus mundos. Antes te creías el centro de todo, ahora trabajas en identificar (y sanar) tus centros de todo: tus traumas, tus carencias, tus ganancias, tu crianza.
Antes te estabas buscando, ahora también. Pero con un poquito más de herramientas y con la plena consciencia de que esa búsqueda no cesa.
Poco a poco has cambiado el actuar por condición por el actuar por convicción. Has cambiado la envidia por admiración, la comparación por inspiración y el merecimiento por agradecimiento.
Has dejado de criticarte y has empezado a amarte. Te has dado cuenta de que tal vez los mayores tenían -por lo menos- un poquito de razón. Que los padres no tenían instrucciones, pero siempre tenían las mejores intenciones. Que los profesores habían hecho un curso en paciencia. Muucha paciencia. Y que la mayoría de las cosas a las que les decías “gas”, hoy las estás aprendiendo a valorar. (Como para las mujeres, lo bonito de menstruar).
Ahora valoras tu salud (o extrañas poder hacer cualquier cosa sin que al final del día te vaya a doler la espalda). Cambias el afán de reconocimiento por el autoreconocimiento. Y la vergüenza por la independencia, porque cada día te sientes más en la libertad de ser, que en la jaula de tener que parecer.
Pero si no gozas de los buenos síntomas de la adultez, por lo menos vas teniendo más claro los propósitos de cuál es la meta: libertad. Esa, siempre será la flecha.
5. Por último, vuelve al punto #1. ¿Te sientes tensa o ya empezaste a sentir un amor intenso por todo lo que estás viviendo? No busques prolongar la juventud, busca que en la adultez o la vejez siempre puedas ser tú.
Atentamente,
Ana Listas.
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